De nada sirve haber visto fútbol unos 68 años de mis 75 de vida. Yo estaba convencido que Universidad Católica, esta Católica de Juan Antonio Pizzi, era un equipo de clase.
Empecé a dudarlo cuando en los minutos finales no pudo sostener como local dos goles de diferencia frente a Peñarol de Montevideo y quedar eliminada de la Copa Libertadores.
En el epílogo hoy del Campeonato de Apertura chileno terminé de darme cuenta de lo equivocado que yo estaba. La UC llegaba con una gigantesca ventaja tras el partido de ida.
Había ganado dos-cero y su clásico rival, Universidad de Chile, para ser campeón necesitaba de tres goles de diferencia a su favor.
Al final el 4-1 favorable a las huestes de Jorge Sampaoli ahorra en parte los comentarios.
Ofuscados, haciéndose expulsar infantilmente Tomás Costa y Alfonso Parot, perdiendo su habitual categoría lo que los hacía a ratos parecer zombies, los de la franja sucumbieron ante la fe inquebrantable, el vértigo, las llegadas constantes al arco y esta vez una capacidad goleadora asombrosa de la U, que fue legitimo ganador de estos play off y logra junto con obtener una plaza en la Copa Libertadores 2012 otro laurel para sus vitrinas llenas de trofeos y títulos.
Al final los jugadores de Católica se lanzaron iracundamente en contra del juez del partido Enrique Osses sin tener la autocritica suficiente para pensar que fueron ellos mismos los responsables de la debacle y no el señor del pito.
Los dos penales sancionados en su contra son indiscutibles y las expulsiones también, tal como lo fue la del goleador de la U Gustavo Canales.
Quedará para las estadísticas que los tantos del ganador fueron tres de Gustavo Canales y el otro un autogol de Juan Eduardo Eluchans y que el momentáneo empate a uno lo marcó Lucas Pratto.
También quedará para la historia del fútbol chileno esta corona de Universidad de Chile, justa al final de cuentas, al mostrarse en el partido decisivo poseedora de una estirpe de gloria de la cual su antagonista careció esta vez por completo.